FUERA
DE FECHAS
Las miserias humanas dan
tregua al acercarse la Navidad
(tan alegre y entrañable ella) El rencor, la avaricia y la españolisima envidia,
abandonan nuestros corazones por un corto periodo de tiempo y en el vacío espacio,
el amor, nada más y nada menos, campa a sus anchas por aquí y por allá. Pronto
se manifiesta el resultado por calles de pueblos y ciudades, plagadas de
mensajes de paz que escriben bombillas multicolores. El frío se antoja menos frío,
la lluvia menos húmeda, la gripe menos gripe, y hasta los conductores de autobús, esperan la
llegada del viajero jadeante que desde lejos, ha dibujado en el aire una súplica.
La Navidad pone en los rostros de gente corriente, la expresión
beatifica que lucen los feligreses al salir de la misa dominical.
Yo misma, que no soy nada “navideña”,como
ya habréis deducido, me sorprendo con ese mismo rictus bobalicón, al repetir por undécima vez en la mañana el “gracias,
igualmente"
También en estas fechas se
multiplican los mendigos, por desgracia numerosos en el resto del año y, a lo
que voy,es un clasico que las revistas “del corazón”,publiquen reportajes de famosos distribuyendo
juguetes en los hospitales infantiles, cuyos enfermos ese día se habrán dejado
pinchar sin una queja y habrán apurado hasta el fondo la nauseabunda medicación.
El nerviosismo flota por
encima de goteros y demás sofisticados aparatos, cuando llegan al fin los
famosos a repartir besos y regalos por doquier.
La ilusión chispea en los ojos infantiles mermando el destello de
los flashes de periodistas y fotógrafos
Días más tarde, en las salas
de espera de médicos, dentistas y peluqueros, los admiradores comprueban cómo
sus admiradas estrellas del cine y la tele, no sólo parecen buenos…¡sino que lo
son!, y eso les pone muy contentos.
Lamentable, se me ocurre
pensar, que el navideño ataque de amor tengan que llevar adosado un fotografo, pero
en esta sociedad en la que vivimos, todo se vende porque para todo hay
comprador...
El mísero mutilado expone en
la calle sus muñones, que el verano enrojece y el frío amorata, para que el
consumidor de tan ingrata estampa, movido más por repulsión que por caridad, le
eche unas monedas.
Terrible es la mercancía, como
terrible es que la visita anual a los enfermos, venda revistas y amenice la
sobremesa del personal tras las cuchipandas navideñas.
Ha pasado enero y febrero... Desaparecido
ya por completo el tufillo de las “entrañables fiestas”,el frío y la lluvia han vuelto a ser lo que eran. Apagadas las
luces, los anuncios cumplen su cometido, o lo intentan al menos, sin
importarles nada ni la felicidad ni la paz de quien los lea, y el viajero de torpe
carrera, soporta el consabido ataque de asma al tiempo que se aleja el autobús…
En fin, que las miserias han
vuelto al corazón de los hombres, convenciéndoles de nuevo para compartir un
año más, el rojo, mullido y latente lecho.
También nuestras estrellas están en sus lugares de
trabajo: escenarios y platós.
Los niños enfermos sonríen al
ver otra vez sus caras en las pantallas de televisión y junto a ellos, un grupo
de mujeres y hombres comentan lo especial que fue aquella tarde de diciembre. Rememorando
la alegre experiencia, consiguen que esos ojos, repletos de sabiduría y, no
obstante, ávidos de respuestas que nunca llegan, esos ojos, digo, vuelvan a
brillar.
Es gente que no sale en
revistas y que continúa en las habitaciones del hospital, pasada la euforia
festiva.
Estoy refiriéndome a los voluntarios.
Su edad es…cualquiera y su
profesión no importa, como tampoco su clase social, ni su cultura…únicamente importa
que siguen ahí; que decidieron un día dedicar horas de su tiempo a quienes las estaban
necesitando y desde entonces, podemos verlos en hospitales, casas particulares,
asilos…sosteniendo al inválido, escuchando al triste, jugando con el niño o
quizá, perdidos tras laberínticas burocracias. El voluntario acompaña, discute,
organiza, escribe, inventa, ríe…y a menudo llora también.
“Eso que usted hace, no lo
haría yo ni por todo el dinero del mundo”-escuchó en cierta ocasión una monja
mientras curaba escaras purulentas a un enfermo- “Ni yo tampoco”- respondió.
La paga de la monja, como la
del voluntario, no se retrasa jamás; es la caricia de un anciano, la mirada de
un agonizante que teme a la soledad en el último trecho del camino, y el
milagro de la vida que a veces, sólo a veces, triunfa a pesar de todo.
No soy capaz de describir lo
que esta paga supone…
Puede que algunos no acaben
de entender el extraño trueque del que hablo, pero vosotros si lo entendéis…
Vosotros, que habéis leído
estas líneas.
1 comentario:
Es imposible pagar con dinero determinadas actuaciones. ¡Bien, amiga mía!
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