HISTORIETA
En
mi niñez,ya muy lejana,me atropelló una bicicleta.
Iba
yo una tarde desde la calle Fuencarral,camino del Instituto Lope de
Vega en mi ciudad, Madrid, cuando, al atravesar la plaza del Dos de
Mayo, un muchacho se me abalanzó con su bici arrojándome sobre un
montón de ladrillos. Después del lógico susto, comprobé que el
percance tan solo me había supuesto algún que otro arañazo. Ilesa, por tanto, y tras el intercambio de alguna que otra frase “amable” con el
chaval, continué mi jornada estudiantil.
Años
más tarde un hombre( tal vez el ciclista de antaño ya crecido) me
echó encima su moto sin causarme tampoco esta vez trauma alguno,salvo algún
que otro moratón.
Y siguiendo con esta bonita historieta, el pasado sábado viví el tercer episodio ( que espero y deseo sea el último), cruzando la calle Mayor. El
“atontao” de la tarde ( y utilizo este suave calificativo porque
en este momento me embarga la serenidad) se saltó un paso
de cebra llevándome por delante. En un segundo, durante el cual mi
mente no salía de su asombro, me vi subida al capó de su utilitario
para aterrizar inmediatamente en el duro asfalto. El grito llamó la atención de un grupo de transeúntes que presto, se arremolinaron
en torno mío, solícitos ellos y sorprendidos del salto con el que me levanté del suelo...¡No, no quería llamar al 112, ni
viajar en ambulancia. No tenía intención de ir a un hospital,ni
pensaba denunciar a nadie puesto que no me dolía nada, de modo
que,después de tranquilizar al angustiado “atropellador”, lo cual no deja de ser atípico,seguí
mi camino como recuperada de un simple tropezón, y dando gracias
a...digamos la suerte.
Ya
en mi casa, noté varios bultitos dolorosos que me empezaban a salir
por la parte del codo.., la pierna y el hombro también me dolían y
apenas podía levantar el brazo, que parecía haber aumentado exageradamente de
peso.Iban saliendo las consecuencias del golpe y la posterior caída, pero esto no impidió que por la noche, y según mi costumbre, durmiera como un tronco.
Por
suerte,las molestias han desaparecido sin necesidad de fármacos y cuarenta y ocho horas después,apenas las noto.Tan solo me queda un desagradable recuerdo y la sombra
de los cardenales de un amarillo verdoso.
Esta
mañana en la ducha (que es donde yo reflexiono) pensaba que,dado el
progresivo y preocupante aumento de tamaño de los vehículos
interesados en chocar contra mi humilde persona, sólo cabe pedir al
destino ( si es que se le puede pedir algo) que, en adelante, no
cruce en mi camino ni autobuses ni camiones.
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