MERI Y DANIEL 2ª parte
Cuando
llamé al timbre,cesaron los ruidos. Meri presentaba el mismo aspecto
que el día anterior : el pañuelo de gasa aplastando los pelillos,
el pijama y la bata floreada.
¡Gracias
a Dios que había llegado yo!Tenía que hablar con Daniel enseguida,y
obligarle a devolver el monedero con las llaves del piso y el dinero
para comprar la comida,,,¡¡¡Claro que había sido Daniel; siempre
escondía todo para poder llamarla loca...¡¡¡ ¡Ay, qué
desgracia, Dios mío! ¡Su marido escondía las cosas y, además,todas
las noches entraban a robar en la casa.! ¿Qué quien entraba? ¿Cómo
iba a saberlo ella?
¡Ay,
cómo le dolían las piernas...¡ ¡No podía más!
Daniel,
sentado en el recodo del pasillo y sin la mascarilla,respiraba con
dificultad,lo que en cierto modo me tranquilizó, ya que era
imposible que el golpe que había escuchado anteriormente,tuviese que
ver con él.
Aprovechando
un alejamiento de su mujer, se defendió con aire inocente de las
acusaciones, pero ésta se dio cuenta y volvió rauda a seguir la
bronca.
Decidí
imponer mi autoridad y les ordené callar. Llegada la calma, empezó
la búsqueda del dichoso monedero.
El
dormitorio principal llevaba mucho tiempo sin utilizarse, y allí se
encontraban ,ordenadamente almacenados, cincuenta y cuatro años de
trastos. Pasé un buen rato debajo de la cama a cuatro
patas,abriendo bolsas y maletas.., revolví cajones,
imposibles de volver a cerrar, acompañada de Meri, que repetía el
soniquete de sus desgracias mientras doblaba con curiosidad los
bordes prensados de las telas que yo, chapucera, pretendía dejar
arrugados con tal de no pillarme los dedos al cerrar los cajónes.
Daniel
seguía en el mismo sitio sin rechistar.
Llamaron
a la puerta y concebí la esperanza de que fuera Carmen,o,tal vez la
sobrina...cualquiera de ellas supondría un refuerzo en el caso de
que la situación empeorara.
Una
señora de mediana edad se me cuadró con cierto aire desafiante. Por
su vestimenta me pareció que no venía de la calle. Luego supe que
era la vecina del piso superior. Quiso saber si era la señorita que
estaban esperando y asentí...¡Qué hice...! Eso dio pié a que me
espetara un corto y enérgico discurso, que tuve la impresión traía
ya ensayado, acerca del desamparo de la pareja, intercalando en él un
sinfín de cosas a las que, según su opinión y la mía.., ¡no
había derecho...!
Una
vez desahogada ella y aclarado el error,me miró con fijeza...
¡Qué
memoria la suya, pensé, hasta ha dado con mi nombre y apellido!
Sí,amigos...me recordaba de cuando yo era reina en los “estudio 1”
(información
para jóvenes lectores :
“estudio 1” fue un programa semanal de tve
durante las décadas
60 y 70)
Sin
perder un segundo se retiró a la cocina para informar a Meri.
Yo
era una novedad que no podía pasar por alto; no tenían tantas.
Apenas
se marchó, la cabeza de Meri borró la historia que acababa de
contarle la vecina y reanudamos la búsqueda del monedero. Encontré uno marrón,otro rojo y un tercer monedero negro
que, si bien no era ninguno el deseado,al menos sirvieron para
aparcar el problema durante un rato.
La
tarde discurría tranquila. Las cinco y media, miré el
reloj,seguramente la pareja no había comido y Meri me lo confirmó.
En la nevera no encontré gran cosa: huevos, botes de tomate, de
sardinas, de legumbres y una buena cantidad de postres. Valiéndome
de un único cuchillo y mi escasa imaginación culinaria, improvisé
una merienda que los ancianos consumieron entre
alabanzas,originándose, entre bocado y bocado, una simpática
tertulia. Daniel estaba con buen ánimo y ella serena...reinaba la paz.
Después
de merendar,el anciano se encontró fatigado y quiso acostarse.
Le
dolían los riñones y pidió a su mujer que le pusiera el líquido
del “señor de los bigotes”
(información
para jóvenes lectores: el “Linimento Sloan”,el más vendido en
aquellos años, mostraba en su etiqueta a un señor con bigote del
llamado “imperial”, potente y negro )
Esto
dió lugar a una nueva pelea ya que, naturalmente, el linimento no
estaba en su sitio porque Daniel “lo había escondido”. Después
de mucho buscar lo encontré detrás de la pata de una mesilla de
noche.
Meri
me encomendó el masaje y temí que el marido se violentase por tener
que bajarse el pijama delante de una desconocida,.sin embargo el
agüelete ya debía de estar acostumbrado a este trance porque,
raudo, se bajo varios pijamas, creo recordar que fueron cuatro,
dejando al descubierto un arrugado culillo que, acabada la sesión,
quedó brillante y perfumado con un aroma que me recordaba a mi
infancia.
Tras
colocarse la mascarilla se dispuso a dormir y yo a regresar a mi
casa,pues comprendí que mi misión había terminado.
Cerca
de la puerta me detuvo la anciana.¿Cómo iba ella a consentir que me
fuera sin cobrar? ¡Tampoco había aceptado las naranjas ofrecidas,ni
los tarros de arroz con leche para el postre de mi hija...ni el
delantal rosa, que estaba sin estrenar...! Tenía que pagarme
pero...¡no tenía dinero...! Daniel había escondido el monedero
para poder después llamarla loca...¡ ¡Dios mío, que desgracia!
No
sabía si reir o llorar: Meri acusaba, Daniel también...
Ambos
eran dos niños temerosos de una regañina y como todavía conservo
mi instinto maternal,logre solucionar el incidente con facilidad.
Miré
hacia la ventana al entrar en mi coche:
“Métase
dentro,Meri,que ha refrescado”
xxxxx
Dos
días después volvimos Carmen y yo para una visita rutinaria.
Daniel,
inmóvil en la cama y perdida la mirada, respiraba con mucha
dificultad pese al oxigeno. El cuello nos revelaba su pulso irregular
y espaciado. Se esforzaba inútilmente en hablar .
Meri
deambulaba por la casa, más perdida que nunca la razón,defendiéndose
torpemente de los ataque de un cuñado, bastante más jóven que
ellos, que pretendía hacer comer a la fuerza al enfermo un tarro de
natillas.
Carmen
salió en busca del médico y yo permanecí en el cuarto intentando
calmar los ánimos;empresa en la que no triunfé precisamente.
Quizá
fuera para quitarme de en medio,pero tuve la ocurrencia de preparar
algo de comer por si el doctor no ingresaba esta vez al anciano en el
hospital. Encontré en la nevera restos de un pescado, del día
anterior sin duda, bastante seco,de modo que, para hacerlo
apetecible,me dispuse a preparar una salsa. En plena faena apareció
en la puerta un nuevo personaje;se trataba de la mujer del cuñado de
las natillas...Pensé que intervendría en la trifulca que su marido
seguía con la pobre anciana,a quien increpaba sin dejar que se defendiese y sin reparar siquiera en mí,pero la consorte del
energúmeno se quedó en la entrada de la cocina viéndome
cocinar,fregar y recoger...Me comentaba algo acerca de sus varices cuando,
repentinamente,
cobró fuerza la voz del viejecito:
“¡Me
muero,me muero!” Escuchamos desde el interior.
Acudí
junto a él y tomé su mano. Rompió a llorar.
¡No
desamparéis a Meri - suplicó- ,es muy buena y me ha cuidado toda la
vida...
“Tranquilícese,Danie-
dije- y no hable. El doctor no tardará en llegar y todo saldra bién”.
“Señorita-
perdió de nuevo la mirada- tengo ochenta y dos años. Me han operado
dos veces del corazón y tres del estómago-con las manos intentaba
mostrarme las cicatrices y su congoja aumentaba-Sólo quiero que Dios
me acoja en sus brazos...¿pero qué va a ser de Meri?
La
pareja de cuñados, desde un rincón,emitían de cuando en cuando sonidos que pretendían ser tranquilizadores. La
situación les superaba. También yo sentí que la torpeza me
golpeaba muy adentro.
Decía
mi madre que todo el dolor del mundo no cabe en un solo corazón. Es
verdad, pero son tantas las veces que he recurrido a esta frase
unicamente para tapar mi cobardía...que ya no sé donde acaba lo uno
y comienza lo otro...
Carmen
y el médico llegaron y minutos después salía la camilla con
Daniel,camino del hospital.
¡Claro
que iremos a verte,Daniel, en cuanto nos dejen!
Cumplimos
nuestra promesa a los dos días y le encontramos muy recuperado.
El
final de la historia, hasta donde he podido saber, es que el paciente
fue dado de alta pocos días después de nuestra visita. Las familias
decidieron que el matrimonio no podía cuidarse mutuamente, lo cual
era verdad.
Una
hermana viuda se hizo cargo de Daniel y se lo llevó a una casa en
donde Meri no tenía cabida, de modo que ésta se quedo a vivir con
la sobrina.
No
se han vuelto a ver.
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