Yo y mis caídas
Lo admito; no solamente tengo un
tanto cursi el andar, sino que soy patosa… y me caigo.
Mi amiga Luz ,aficionada también a
este “deporte de riesgo, me comentaba que
solía practicarlo desde lo alto de la escalera de su casa. Yo no; yo me”
trabajo” más…el llano, salvo una vez, durante la grabación de una novela de T V.
(he escrito bien, grabación y no rodaje, porque entonces se “grababa”en vídeo..; del
“rodaje” me encargué yo, que rodé por la escalera del decorado…)
Os cuento:
La acción consistía en saltar varios escalones hasta desaparecer de imagen,
simulando una caída. Sancho Gracia, el compañero recientemente fallecido, me
perseguía con aviesas intenciones y yo, que contaba dieciséis años y aun
existía en blanco y negro para los telespectadores, escapaba del presunto
violador: Sanchito.
No sé si echar la culpa del trompazo a mi torpeza, o al espíritu de Stanislavsky
; lo cierto es que fui a parar al hospital con un profundo corte en el tobillo,
que llenó de sangre el camino hacia la enfermería de Prado del Rey, y una
rotura de astrágalo muy grave, que me mantuvo un mes inmóvil, y tres con una
escayola hasta la rodilla con la que, todo hay que decirlo, causé admiración
cuando paseaba por los jolgorios de la época.
¡Qué tiempos aquellos en los que se me invitaba a fiestas…! Era joven,
atractiva, famosa y, por si esto no bastaba, con los ocho centímetros de
estribo en la pierna izquierda y otro tanto en el alza de la derecha, rondaba
ya el metro setenta y cinco…
¡Triunfaba!
Volviendo al tema, el trastazo fue notable, como notable es la cicatriz que
decora desde entonces mi tobillo.
La siguiente caída no se hizo
esperar mucho.
Al año, me contraté en la compañía Lope de Vega, que dirigía el gran José
Tamayo
Estrenabamos en Badajoz “La vida es sueño”.Mi personaje, Rosaura, salía a
escena dando traspiés cuando su caballo, “Hipógrifo”, decide no seguir
cargándola. El espíritu de Stanislavsky ,ayudado por las suelas nuevas de mis
botas en la moqueta, me hizo resbalar y
caer, de culo esta vez, en el preciso momento en se encendían las luces de escena.
El público, lo suficientemente ingenuo como para pensar que el morrón
estaba previsto, no se inmutó, muy al contrario que el director,Tamayo, que
lanzando desde el patio de butacas un gutural sonido a modo de carcajada, sumo
risa… a la risa , dificultando más aun el tenso momento que vivíamos tanto mi
compañero (Clarín en la obra), como yo.
Meses después sufrí otro episodio,
del que ya no puedo seguir culpando al genial ruso que tanto bien…¡y tanto mal !
nos ha causado a los actores.
Tonuca (así me llamaba en “Hay una luz sobre la cama” de Luca de Tena),
era una criada-puta contratada por un señor, para que enseñase a su hijo ( Manuel
Galiana), que estaba algo…tardío, las excelencias del sexo.
A final del primer acto, el
“señorito Jaime”( que, repito, era un poco raro) decidía suicidarse tirándose
por la ventana. En ese preciso momento yo salía por un lateral, y al verle
subido al alfeizar, le gritaba cosas de esas que se gritan en estas circunstancias,
y subía a zancadas un par de escalones para abrazarme a sus piernas . Tras un
leve forcejeo, conseguía que desistiera de su intento. Luego nos juntábamos en
el suelo, él me llamaba ”madre, madre”(insisto en que no estaba muy bien de la
cabeza),yo le aclaraba que no era su madre ,y comenzaba a sonar una música la
mar de tierna al tiempo que caía el telón.
Bien, pues la noche a la que me refiero, crucé el escenario camino de las
piernas del suicida, y ya en el primer escalón tropecé… ( ¡qué manía de poner escalones en las obras en
las que trabajo! ) y dando traspiés, el mismo impulso me hizo propinar al señorito
Jaime un empujón tal , que de no sujetarse a tiempo se hubiera dejado en el
suelo de la chácena varios dientes y por supuesto la nariz, amen de dar a la
función un final distinto al escrito por Luca de Tena.
La situación era de lo más violenta:
Manolo esperando que yo le obligase a bajar, y yo tronchada literalmente de risa , sin poder
levantarme …
“Habla ”-me ordenó el Galiana…”
” Habla tú, que yo no puedo”-Le contesté
desde el suelo en cómico sollozo.
No sé a él, pero a mí los segundos se me antojaron horas…
El público, que llenaba la sala del Bellas Artes de Madrid, no tardó en revolucionarse. Latente estaba el temido
“pateo” y ni siquiera eso menguaba en lo más mínimo el ataque de risa. Finalmente la música, oportunamente subida de
volumen por el regidor, y la caída del telón, solventaron uno de los momentos
más críticos que he vivido en mi trabajo.
Añadiré que en la siguiente función, Tonuca tuvo que calzarse el pié del tropezón con una
sandalia abierta, por lo amorcillado del dedo gordo. Un original “estilismo,
y un dolor...
Comprenderéis que, después de esta caída-show, tomé con calma la tercera,
muchos años después, en pleno momento de amor de “Los árboles mueren de pie”, de
Alejandro Casona.
Ya se había resbalado una compañera
en la primera escena, pero naturalmente,
estando yo en el reparto, el remate debía correr por mi cuenta. Así fue; ya
casi al final de la obra y como he dicho, en plena tensión amorosa, repetí mi
caída de culo, lesionándome esta vez la muñeca.
Era el preestreno; la sala la llenaban
amigos, prensa y cómo no, algunos candorosos espectadores que , según llegó a mis
oídos, comentaron lo bien que me había caído,aunque no se entendía esa
licencia tan rara del director.
1 comentario:
Pues mira, yo en el escenario no me he caído nunca, salvo por exigencias del guión. Raro, ¿no?, teniendo en cuenta lo bien que me caigo fuera.
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