COMO
SI NO PASARA EL TIEMPO
(fragmento)
Tenía
los ojos verdes,pequeños y burlones. Una corta cicatriz, posible
recuerdo de alguna fechoría de la infancia,cruzaba su ceja
izquierda. La nariz, algo más grande de lo normal,la boca recta con
los dientes superiores ligeramente desviados hacia adentro, los
hombros estrechos armonizaban con su delgadez. De alta estatura,
andar desgarbado y paso largo.., su voz, grave y bien modulada,
sonaba un poco rota como corresponde a un fumador. Se expresaba con
precisión extrema sin eludir jamas el reto dialéctico. No obstante,
a menudo recurría a soltar una desconcertante risotada,ganando así
los segundos necesarios para salir airoso de cualquier situación
comprometedora. Nunca confesaba sus años y aparentaba la
cuarentena,aunque hacía bastante que la dejara atrás. El pelo,
oscuro y liso, encanecía tímidamente sin contrastar con su piel
pálida. Era una de esas personas que, a cualquier hora del día,
parecía recién salida de la ducha.
En
fin, analizado por partes, no había nada en él especialmente
destacable, salvo unas bonitas manos con las que dibujaba en el aire
la señal de la cruz; sin embargo, en conjunto,el padre Juan
resultaba muy atractivo.
Y
él lo sabía.
Se
conocieron en el jardín de la residencia la mañana en la que Teresa
ultimó con su director los detalles de su contrato de trabajo.
Los
dos hombres paseaban bajo los árboles en animada conversación.
Entrada ya la primavera, el sol calentaba de firme dando reflejos de
metal al césped mojado. Las primeras margaritas asomaban por entre
sus hojas.
-Teresa,
éste es el padre Juan Almunia, capellán de la casa-presentó
Sergio-Juan, aquí tienes a nuestra nueva asistente social.
-¿Cómo
está, padre?
-Muy
bien,Teresa. Y después de contemplar la belleza que tengo delante de
los ojos, presiento que voy a estar mejor de ahora en adelante.
Teresa
no pudo evitar un leve desconcierto que el sacerdote captó
inmediatamente,sosteniéndole la mirada con aire de triunfo.
Con
rápido movimiento,arrancó del césped una diminuta flor , que
ofreció a Teresa.
-Mi
modesto regalo de bienvenida- sonrió seductor-deseo que estés a
gusto entre nosotros.
-No
he podido tener un comienzo mejor-reaccionó la mujer-me encantan las
margaritas.
Y
con dos castisimos besos, se aceptaron mutuamente una prometedora
amistad.
De mi segundo libro.
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