¡¡¡Pufff, con la leche!!!
Llamadme insensible, acaso lo sea, pero nunca me ha gustado, y
más bien me ha repelido, la estampa de una mujer amamantando a su cría.
En mi defensa, argumentaré que abunda en este rechazo, la experiencia
vivida tras el alumbramiento de mi primera hija.
Tal parto tuvo lugar en Alicante, tierra donde había nacido mi
marido y en donde vivió siempre su familia, reducida entonces a un padre y
dos hermanas; una casada, la más normal, y la otra soltera… y virgen (terrible
situación para ella y para mí, que tuve que sufrirla con intensidad aquel largo
verano)
En casa de ellos dos, cuñada y suegro, pasé los tres meses
estivales en espera de ansiado septiembre que traería a mi hija a este mundo. Y
así fue; a primeros, y según lo previsto, se produjo el parto con todos los tópicos
requeridos que, tranquilos amigos lectores, no voy a contar.
Pese a lo mencionado al comienzo de este escrito, decidí, por
consejo médico y profano, alimentar yo misma al bebé durante los primeros tres
meses, de modo que con resignación, esperé el prodigio de la dichosa subida de
leche, que se produjo a las pocas horas del alumbramiento, y que acrecentó espectacularmente
mis pequeños senos. Lejos estaba de sospechar que el aumento de talla de
sujetador, iba a ser el comienzo de un ridículo
espectáculo cuyo artífice (“artifiza” para los políticos) iba a ser mi cuñada
la virgen, secundada siempre por su fiel padrastro: mi suegro.
¡Que si se agarra…que si no...que si ahora parece…que sí…¡que
ahoraaa!!
Mi cuñada retransmitía el
nutritivo momento como si de un partido de fútbol se tratase ,y, por si esto
era poco, mi suegro había decidido que, en cada sesión, pegaría su oreja a mi
espalda desnuda, para escuchar el “chup,chup” de su recién nacida nieta.
No sé si tengo el suficiente talento para describir la escena,pero
voy a intentarlo: o sea, yo semi desnuda en medio del cuarto, mi suegro pegado a
mis vertebras dorsales con cara de “que ilusionado estoy”, mi marido…”no sabe,
no contesta” y la bruja de su hermana diciendo, o casi declamando melodramática,
bobadas tales como.”chupa, hija…chupa…”
Por favor..,¡quiero que me comprendáis!
Aquella tarde siguiendo los rituales al uso, vinieron amigos a
conocer, regalar y piropear al vástago y, héteme aquí, que el vástago (vástaga
para los políticos), tuvo hambre…y ¿qué pensáis que sucedió? Pues que mi cuñada
invitó también las visitas a ver cómo mamaba la criatura…
Insisto…yo sentada casi en pelotas, mi marido fuera del cuarto
porque ya tenía visto el show, mi cuñada con su retahíla de sandeces, mi suegro
pegado detrás… y los amigos jaleando…
La paciencia no es una de mis virtudes, lo reconozco. Por eso,
sin más dilación, corté de un tajo lo que, sin duda, iba a convertirse en un
diario ritual. Supongo que mi familia política se ofendió; no lo recuerdo
siquiera y llegados a este punto, supongo que me importó muy poco entonces ,tal
y como me importaría ahora.
La naturaleza, o la mente…o como se le quiera llamar, vino en
mi ayuda a los pocos días. En vista de que la nena lloraba de hambre sin parar,
una noche mi marido (presa de inspiración angélica) salió a buscar una farmacia
de guardia para, en contra de la opinión del pediatra y unos cuantos más,
cambiar leche materna por leche en bote.
El primer biberón fue como debió de ser el maná para aquellas
gentes del desierto, que nos cuenta la Biblia.
Mi hija durmió seis
horas por vez primera en su recién estrenada vida… y también nosotros las
dormimos, que buena falta nos hacía, sobre todo a mí.
Y en cuanto a la leche… tal y como vino.., se fue. A la siguiente
mañana, sin vendajes ni hormonas, volví a mi escasa talla de sujetador, nunca
mejor recibida por otra parte.
En fin, que todo parecía volver a la normalidad. En unos días, regresaría a mi casa ,a mi ciudad, con mi marido y mi preciosa bebé, con sus
pises, sus cacas, su sueño, y sus ojitos que parecían decirme:
“ Voy a quererte mucho, mamá..,pero qué desastre de leche la
tuya”!
1 comentario:
¡Me encanta!!!
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