COMO
SI NO PASARA EL TIEMPO
Zacarías
cavaba en el huerto. En la tarde,joven, templaba el sol sin un calor
excesivo. Se limpió la frente sudorosa con el dorso de la mano.
Aquel
año la primavera llegaba buena y su pequeño imperio,
aquella parcela,prometía una excelente cosecha de hortalizas y
frutas. Un coche subiendo la cuesta hizo que se levantase el ala del sombrero para distinguir en la distancia. Dando un respingo, corrió hacia el interior de la casa para
lavarse,colocarse en orden los cuatro pelos que le quedaban,y aun
tuvo tiempo para empaparse el resto de la calva con unas gotas de
colonia fresca.
-¡Doña
Paula!-saludó a los recién llegados-¡Que sorpresa tan agradable
verla otra vez por aquí. Ya pensaba yo que le había pasado algo...!
-¡Pues
vaya ánimo que me das!-Saludó Paula bajando del coche.
-Qué,
¿a dar una vueltecita por la casa?
Tras
acompañar a la anciana hasta el pie de la colina,aceptó el taxista
la cerveza que le ofreció Zacarías, y fueron a sentarse los dos
hombres bajo la sombra de los frutales.
Paula no pudo evitar
sentir un escalofrío al cruzar el humbral del portalón de entrada...Los recuerdos traían entremezcladas tantas y
tan distintas sensaciones, que temió dar rienda suelta a la
nostalgia y recrearse en los cantos de sirena de aquellas paredes sin
alma que invitaban al dulce y a la vez amargo refugio del pasado.
El
vestíbulo, majestuoso, con sendas escaleras de anchos pasamanos y su
gran puerta de vidrieras,daba paso al salón principal. La
biblioteca, que en tantas ocasiones saciara su curiosidad
juvenil,aparecía altísima y tétrica en la penumbra, como
esperando,pacientemente, otras voces y otras preguntas. Por algún
rincón, entre cortinajes de polvo y terciopelos,asomaban
desvencijados muebles de anaqueles, añorando marfiles y porcelanas
de otros tiempos. Las ramas de una encina que nadie podaba, golpeaban
sin ritmo los cristales del despacho...
Paula
cruzó hacia el interior de la casa,atravesando los haces de luz que
se colaban por los desperfectos de las ventanas. En la gran cocina,
los desconchados de las paredes dibujaban mapas de imaginarios
países. La boca de la chimenea servía de residencia a diversas
generaciones de arañas, y, probablemente, las palomas habrían hecho
otro tanto con las terrazas de la planta superior .Paula subió con
especial emoción el último tramo de escaleras que llegaban a la
sala de planta circular y techo abovedado que culminaba el
edificio,en donde el tiempo había dejado de existir...La luz
anaranjada de la tarde en declive iluminó la estancia al abrir las
contraventanas,poniendo al descubierto,amontonados en un rincón, sus
útiles de esculpir. Los mismos que, siendo niña,dieron alas a sus
fantasías:palillos,espátulas, compases y yunques...Mutiladas
figuras de porcelana formaban pila junto a las de cera roja que
esperaban,ya en vano, ser pasadas a bronce. Adosados a la pared los
plintos, desnudos de esculturas, y el caballete de modelado cuya
plataforma,quejumbrosa por el prolongado abandono,lanzó al ser
girada, un prolongado maullido.
El
jardín era una selva de terruños,ramajes y hojarasca. Con pasos
inciertos se encaminó hacia la parte trasera de la finca. En un
claro de la pinada se erigía una pequeña estatua de mármol
representando a un viejo mendigo junto a su amigo fiel. El hombre,
sentado a horcajadas en banquillo,tenia en la mano izquierda un
mendrugo y en la otra, el infalible remedio que saciaba su sed al
tiempo que le ayudaba a sobrellevar su miserable vida...El perro
miraba el pan como si, después de tantos años de quieto
aguardo,conservara la esperanza de saborear algún día sus frías
migajas.
Paula
contempló aquella, su primera obra, con nostalgia y ternura...
¡Dios,
qué pronto había pasado todo!
Al
bajar la cuesta,cerca de la verja de entrada tomó un desvío, y
detrás del cobertizo inmediato llegó a un rellano en donde
multitud de brezos y flores silvestres,dejaban entrever pequeñas
lápidas,cuyos nombres habían diseminado los años. La anciana
contempló el infantil camposanto, en donde tres perros y dos gatos,
junto con varios pajaritos, un mochuelo y dos urracas, abrazados a
sus recuerdos de niña, esperaban el juicio final...
Cuando
Paula regrasó a la casa del guarda Zacarías, el sol y la luna se
habían juntado ya en el cielo.
De mi libro "Como si no pasara el tiempo"
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