Tu corazón y el mío.
                                     Los dos en un corazón.
                                     El tuyo, en la tierra lenta.
                                     El mío en el adiós.
                                     Tú, corazón sin preguntas.
                                     Yo, preguntándole a Dios.

Rafael de Penagos.


Cuantas preguntas habría que hacer a ese Dios, en el supuesto de que existiera en la forma en que nos lo cuentan.

Hace apenas dos días, veía en las noticias, a una madre joven que achacaba a un milagro (de la Virgen o del  mismísimo Santiago), el que ella y su familia salvaran la vida, por al haber vuelto a sus asientos momentos antes de que saltase por los aires el vagón en donde estaban. Recuerdo que otro “milagro de Dios”  fue que una de mis tías saliese de “IPERCOR”,y acto seguido hiciera explosión la bomba terrorista que se cobró la vida  varios niños y  adultos. Un autobús de jubilados, sigo recordando, que venían de rezar en Fátima, perdió el control a sufrir su conductor un ataque cardiaco. Menos mal que (según declaraciones del cura comandante de la expedición) , San…”no se qué, arcángel”, se hizo cargo del volante durante varios kilómetros, hasta que se consiguió frenar el vehiculo. Lástima que el celestial personaje no acudiera, apenas unos días más tarde, a otro tremendo accidente escolar que regresaba de una excursión, y en el que murieron cinco niños.
 Y yo, con la neurona que sobrevive a este asqueroso calor madrileño, recapacito acerca de la absurda idea que, de Dios, nos han inculcado.
  
¡¡¡Ateos del mundo…os comprendo!!!

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